AQUELLOS NIÑOS QUE SOMOS (Continuación)


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LAS PICUALAS

Estaba a mi lado con su collar de piel color avellana oliendo las pequeñas flores de romerillo que crecían a lo largo de toda la orilla de la acera en que estábamos sentados el gordo Rafa, Pablo y yo, frente al bar de Arturo.
Del viejo traga níquel surgían estridentes las melodiosas notas de Silver Star por la Orquesta América. La mañana era fresca y algunos parroquianos llegaban a pie o a caballo para pedir el primer trago del día, nosotros los oíamos,
“Arturo ponme una línea de ron sin hielo”.
Rafa tenía un libro en sus manos desde cuya portada nos miraba con unos ojos muy nobles una perra, cuyo nombre LASSIE podía leerse en letras blancas en medio de la portada. El gordo comenzó a hojear las páginas hasta encontrar la que se disponía a leer apoyando su espalda a los tabloncillos descascarados de la vieja pared del bar.
La sombra fresca a esa hora, más aquella quietud paradisíaca , nos hacia sentir sosegados, frescos, con la mente en blanco. Quizás por eso, y sin proponérmelo, comenté que había oído hablar a alguien sobre las picualas y que a veces esa palabra se me aparecía en sueños. En ese momento llamé a Jalisco que se alejaba ladrando tras una mariposa amarilla.
Me volví hacia Rafa y le pregunté, directamente, qué eran.
-¿Qué cosa- me preguntó el gordo sin dejar de leer.
-Las picualas, ¿qué cosa son?- volví a preguntarle.
Entonces Rafa levantó la mirada, cerró el libro con desenfado dejando como marcador uno de sus dedos y poniendo cara de sabelotodo nos dijo, con pose casi profesoral.
-Las picualas, son una especie de aves mitológicas, es decir, irreales, que se hacen reales y visibles a los niños que han sufrido por algo.
Se alimentan solamente una vez y esto es al amanecer, cuando los pétalos de las flores silvestres están humedecidas por el rocío de la noche.
Pablo estaba a la expectativa e incrédulo como siempre, dijo.

-¡Bah!, eso es mentira.


-¡?Mentira!?, si tú no quieres creerlo, allá tú – le contestó Rafa y continuó.
-Son unas aves fantásticas, de alas enormes, las hay negras, azules, y hasta rojas- y continuó mirando a Pablo –cuando estas aves aparecen, el cielo se nubla como si fuese a llover, pero no, todo se pone tal y como está cuando las aves desaparecen.
Terminado de decir esto, el gordo Rafa volvió a sumergirse en la lectura y a partir de allí dejamos de existir para él.
Jalisco ladró invitándome a irnos para la casa, Le pasé la mano por el lomo y lo seguí.


(Continúa la próxima semana)

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