AQUELLOS NIÑOS QUE SOMOS (Continuación}
EL TIEMPO Y SU ROSTRO Capítulo 8

Así me decía tía cada vez que se me aparecía en cualquier
sitio. Me enseñaba el pequeño lunar que le hizo la bala en la mejilla
izquierda, aquel pequeño orificio por donde le entró la muerte.
A todo esto, la maestra seguía explicando, con su voz
aflautada, las tablas de multiplicar, pero yo solamente me escuchaba diciéndole
a tía que me dejara tranquilo, que había mucho tiempo después para conversar,
pero ella seguía allí, detrás de la maestra, mirándome con aquellos ojos suyos,
tan tranquilos.
Ahora la maestra escribiendo con su tiza color malva
sobre el rostro de tía. Desde allí me está hablando y yo con miedo a que la
descubran.
Para rehuirla miré por la ventana. Las quicalias[1] mostraban su fuerte ramazón y las flores inundaban con su noble aroma la
habitación convertida en aula, pero tía estaba allí, en el color de las flores,
señalándome la huella del disparo en su mejilla.
Con el tiempo, el rostro de tía se me aparece en
cualquier sitio, no respeta ni que la maestra esté explicando las tablas. Su
soledad y tristeza hace que algo tibio me recorra
por dentro, apriete mi garganta y se me salgan las
lágrimas, sin yo quererlo. Es entonces cuando la maestra viene, me pasa la mano
con suavidad por el cabello y me dice que si no sé las tablas no tengo por qué
llorar, sino atender a las clases y dejarme de estar mirando para las flores del patio.
[1] QUICALIAS: O
quiscalia. Planta de jardín, de tallos fuertes en forma de bejucos que se
enredan entre sí. A sus flores ( en ramillete, rojas o blancas) les llaman la
flor del manzano, por su aroma parecido a este fruto. Esta planta es muy
difundida en Cuba y otras partes del Caribe, incluso en Miami
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