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Poemas del libro PEDAZOS DE LA NOCHE

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El día 20 de Agosto fue la última visita que hice a este Blog, fue con la entrada de uno de los relatos de mi libro AQUELLOS NIÑOS QUE SOMOS,  Relatos que venía exponiendo de manera seriada, desde el 21 de Mayo de este mismo año. Hoy regreso con varios poemas del libro en preparación LOS PEDAZOS DE LA NOCHE. Estoy en los preparativos de publicación del poemario AMEN DE MARIPOSAS, más dos libros del genero Infantil, uno de poesía, CARRUSELL DE RONDAS ;  otro de cuentos y relatos, AQUELLOS NIÑOS QUE SOMOS.  El ultimo Nro. 132 de Guatiní salió recién ayer, por lo cual aprovecho para agradecer a los colaboradores cubanos de la Isla y fuera de ella el envío de sus trabajos, así como a todos en general. A continuación los poemas del libro , Abraza la noche -con fuerza infinita- los astros del sueño, la paz del insomnio. Le da de su pecho la palabra   escrita que el Hombre devuelve en verso o demonio. INVENTARIO El condenado a muerte lanza sus dados a

El oráculo de Taita Viejo (Continuación)

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Cundo y el Oráculo. Capítulo 11 Miren, no es na, pero van a tener que soltarlo. Dice Taita Viejo que las chicharras le señalan a brujas la frontera de la vida y la muerte. Dice que las brujas oyen sus cantos porque son sus criaturas predilectas y porque sus chirri-chirri recordados durante la noche, les indican los puntos hasta donde deben llegar en sus paseos nocturnos. Dice Taita que si uno de estos insectos es atrapado sin invocar a los espíritus nocturnos, las brujas se pierden en los sueños de los que atraparon a su criatura. Así lo dice Taita Viejo y hasta me enseño a cazarlas y todo. Impresionados por la historia de Taita Viejo contada por Cundo, todos nos miramos en silencio.  -Bueno, ¿y sabes cómo podemos evitar que las brujas vengan a martirizarnos con sus pesadillas?- preguntó Rafa al poder articular nuevamente las palabras. -¡Pero claro!, Taita me enseño todo lo que hay que hacer y hasta las palabras mágicas- Cundo tenía la cara seria y el ceño fruncido, como para luc

EL ORCULO DE TAITA VIEJO (Continuación)

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.   Aparece Cundo     Capítulo10 Estábamos pasando esa especie de inventario cuando llegó Cundo, el negrito de los ojos asustados, quien al ver el insecto se puso todo tembloroso, a puntó para la chicharra y preguntó alarmado. -Desde cuando tienen ustedes al Heraldo de las brujas? ¡Para qué fue aquello!, Manolito dejó caer al suelo la piedra de imán, al Gordo Rafa por un tris no se le caen los espejuelos y yo, que estaba contando las lentejuelas, paré en seco y mirando directamente al negrito aquel como si estuviese viendo a un fantasma real.   -¿A quién?- preguntó Rafa luego de acomodarse los espejuelos. -¡A ese bicho!- contestó el negrito apuntando para el insecto que iba y venía en su volar dirigido por el cordel del gordo -El pregonero de las brujas- -La cogimos esta mañana y no es el pregonero de ninguna bruja, tú, es simplemete una chicharra. -íSí!, yo lo sé, pero ¿cómo la cogieron? -¡Ven acá!- respondió Manolito -¿Tú nunca has cogido una chicharra? -¿Si

AQUELLOS NIÑOS QUE SOMOS (EL ORÁCULO DE TAITA VIEJO)

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El heraldo de las brujas Capítulo 9 Semanas después de encontrar a Jalisco, el terror del barrio, el campeón en natación y saltos de carambolas, tieso y lleno de hormigas, estaba con el Gordo Rafa, y Manolito, debajo de una mata de caimitillo [1] cerca del tejar de los Yáñez, pasando balance al tesoro que habíamos recolectado durante toda la semana. Dicho tesoro nos haría llamar la atención entre las chiquitas del aula y pasaríamos a ser los chicos raros y envidiados por los demás. Teníamos, entre otras cosas: Un botón de nácar pequeñísimo Los dos colmillos del perro jíbaro que merodeaba por nuestro pasadizo secreto Lentejuelas verdes, rojas y azules. El esqueleto completo de una lagartija Una piedra de imán Y algo que nos convertiría de una vez y por todas en los chicos importantes de la escuela, una chicharra [2] que cantaba lindo, atrapada por el Gordo quien la traía atada por un cáñamo y la hacía volar por encima de nosotros.

AQUELLOS NIÑOS QUE SOMOS (Continuación}

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EL TIEMPO Y SU ROSTRO  Capítulo 8 ''C uando escuché el estallido del primer disparo, me llevé instintivamente la mano a la cara; comprendí entonces que aquella mañana iba a ser la última de mi vida.'' Así me decía tía cada vez que se me aparecía en cualquier sitio. Me enseñaba el pequeño lunar que le hizo la bala en la mejilla izquierda, aquel pequeño orificio por donde le entró la muerte. A todo esto, la maestra seguía explicando, con su voz aflautada, las tablas de multiplicar, pero yo solamente me escuchaba diciéndole a tía que me dejara tranquilo, que había mucho tiempo después para conversar, pero ella seguía allí, detrás de la maestra, mirándome con aquellos ojos suyos, tan tranquilos. Ahora la maestra escribiendo con su tiza color malva sobre el rostro de tía. Desde allí me está hablando y yo con miedo a que la descubran. Para rehuirla miré por la ventana. Las quicalias [1] mostraban su fuerte ramazón y las flores inundaban con su noble aroma la

AQUELLOS NIÑOS QUE SOMOS. (Continuación)

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 VOLABAN  LAS PICUALAS Recuerdo que fue un domingo. Triste paradoja que me guardaba ese día. Hermoso y apacible, alegre por demás para todos los que no teníamos que movernos de la tibia cama para ir a la escuela ni los adultos a trabajar. Ese día amaneció Jalisco tieso y lleno de hormigas bravas, debajo del limonero. Recuerdo que esa noche no lo sentí ladrar y hasta me alegré porque pude dormir a piernas sueltas sin su ladrido dentro de mis sueños. Mamá me avisó a la cama. Cuando llegué a donde él, ya papá lo estaba enterrando allí mismo, bajo la mata de limón. Me dio tiempo, tan sólo, de verle la punta negra de la cola antes de que la paletada de tierra le cayera encima.                                                                                                                             Algo muy grande y violento me quemaba la garganta, algo que me impedía llorar. Abracé a mamá. Ella me acarició suavemente el cabello diciéndome que ya tendría otro perrito. -¿

AQUELLOS NIÑOS QUE SOMOS (Continuación)

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. AL RÍO.  P laneamos ir el próximo sábado a bañarnos al río Tínima . Al principio mamá se oponía, pero al conocer que también irían Rolo y Pepín, además del gordo Rafa, cedió al fin. Esa mañana del sábado era tibia y no había nubes. El cielo estaba limpio y brillante, un día bárbaro para un chapuzón. Nos reunimos en casa de Pepín. Cuando llegué ya estaban allí Rolo, Pablo, Manolito. Pablo me presentó a Cundo, un negrito de ojos grandes, como asustados, que vivía con su abuelo por allá por la loma de Juan Caballero, cerca del tejar de los Yánez. Cundo me pareció simpático y hasta le pasó la mano a Jalisco por la guataca en señal de saludo. A todos nos cayó bien y con el tiempo llegó a ser parte de nuestro grupo. Lo sucedido en el río fue tremendo. Hay que decir que Jalisco fue el campeón de natación, salto mortal y resistencia. De regreso a la casa, en horas del mediodía, Jalisco le partió para arriba a unas chivas que se encontraban pastando cerca de un mo

AQUELLOS NIÑOS QUE SOMOS (Continuación)

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En el capítulo anterior dejamos a los protagonistas discutiendo sobre la existencia o no de las Picualas.  Jalisco aburrido obligó a su dueño a irse de allí. CON EL PELO ERIZADO (Continuación)   U na tarde, llegando de la escuela, sentí ladrar y gruñir a Jalisco como nunca. Las gallinas del corral, azorada, cacareaban que daban susto. Al entrar al patio, tal parecía que los animales habían visto al mismísimo diablo. -¡Coño!, ¿será que aparecieron las picualas - me dije mirando para las altas nubes. Mamá se asomó a la puerta de la cocina y gritó. -¡Jalisco, basta ya!- y después -¡Antonio, deja ya al animal! Me asomé por detrás de la mata de coco y efectivamente, vi a Antonio el loco dándole golpes a la cerca de varillas de marabú con un saco de yute, mostrando su sonrisa sin dientes como festejando la gracia. Agarré una piedra y sin pensarlo dos veces se la lancé al tartamudo que ni se enteró de mi heroica acción. Llamé a Jalisco y vino hasta mí ladrando, gruñendo y

AQUELLOS NIÑOS QUE SOMOS (Continuación)

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  LAS PICUALAS Estaba a mi lado con su collar de piel color avellana oliendo las pequeñas flores de romerillo que crecían a lo largo de toda la orilla de la acera en que estábamos sentados el gordo Rafa, Pablo y yo, frente al bar de Arturo. Del viejo traga níquel surgían estridentes las melodiosas notas de Silver Star por la Orquesta América. La mañana era fresca y algunos parroquianos llegaban a pie o a caballo para pedir el primer trago del día, nosotros los oíamos, “Arturo ponme una línea de ron sin hielo”. Rafa tenía un libro en sus manos desde cuya portada nos miraba con unos ojos muy nobles una perra, cuyo nombre LASSIE podía leerse en letras blancas en medio de la portada. El gordo comenzó a hojear las páginas hasta encontrar la que se disponía a leer apoyando su espalda a los tabloncillos descascarados de la vieja pared del bar. La sombra fresca a esa hora, más aquella quietud paradisíaca , nos hacia sentir sosegados, frescos, con la mente en blanco. Quizás