AQUELLOS NIÑOS QUE SOMOS (Continuación)
JALISCO
Era un perro bravo, aunque le saliera muy a las claras su condición de perro “tiralatas” sato o callejero. Rafa me fastidiaba, decía que no tenía “pedigrí”, ná, una palabrita que se le ha pegado de sus lecturas de Lassie o Rintintín.
Era blanco con
manchas negras o negro con rayas blancas, eso no me importaba en lo más mínimo
porque uno quiere a su primer perro del color que sea.
Jalisco me daba por
las rodillas y eso que yo era alto para mis nueve o diez años. Cuando me veía
regresar de la escuela movía su colita negra, contento, porque sabía que yo le
llevaba alguna golosina. Lo que más degustaba al sinvergüenza era la conservita
de guayaba. Me divertía con él una barbaridad porque la crema se le prendía de
los dientes y al cielo de la boca y formaba tal bronca que hasta mamá dejaba lo
que estaba haciendo para ver aquello.
Nunca supe quien lo
trajo ni quien le puso el nombre.
Recuerdo que fue
una tarde. Regresaba de la escuela y mamá, mientras me cambiaba el uniforme, me
dijo.
-Mi'jo, ve al patio
para que conozcas a alguien, está bajo la mata de limón.
-¿Quién es?
-¿Quién es?
- Ve al patio, es
una sorpresa.
Allí estaba él con
su collar y, sujeto al mismo un papel con un mensaje que decía, “me llamo
Jalisco”
Entré loco de alegría a la cocina.
Entré loco de alegría a la cocina.
-¿Quién lo trajo
mamá?
-No sé mi'jo, lo
encontré echado allá afuera, frente a la puerta de entrada, temblando de miedo
y de frío, con ese collar y ese letrero, el pobre ¡tenía un hambre!, ¿te gusta?
-¡Sí, sí, mamá … y le voy dejar el mismo nombre.
-¡Sí, sí, mamá … y le voy dejar el mismo nombre.
Desde ese mismo
momento, nos hicimos grandes amigos. Muy tarde en la noche lo oía ladrar, su
ladrido penetraba muy dentro del sueño hasta que me lo arrancaba de una vez,
luego me demoraba en dormir con aquel ladrido nervioso pegado a mis orejas.
Por las mañanas me iba hasta el patio y lo
encontraba rendido de sueño, el pobre, y antes de irme para la escuela, aún
dormido, le zafaba la cadena y se quedaba quietecito.
(Continuará próxima semana.)
Creo que este relato es un derroche de ternura , recuerdo cuando se murió Rabito, yo lloraba y lloraba y la única que me acompañaba era una mujer oiligofrénica ...supongo q los adultos de mi casa habrán pensado...pero si solo es un perro...
ResponderEliminarTe abrazo , Ernesto..