AQUELLOS NIÑOS QUE SOMOS. (Continuación)

 VOLABAN  LAS PICUALAS

Recuerdo que fue un domingo.
Triste paradoja que me guardaba ese día.
Hermoso y apacible, alegre por demás para todos los que no teníamos que movernos de la tibia cama para ir a la escuela ni los adultos a trabajar.
Ese día amaneció Jalisco tieso y lleno de hormigas bravas, debajo del limonero.
Recuerdo que esa noche no lo sentí ladrar y hasta me alegré porque pude dormir a piernas sueltas sin su ladrido dentro de mis sueños.
Mamá me avisó a la cama.
Cuando llegué a donde él, ya papá lo estaba enterrando allí mismo, bajo la mata de limón.
Me dio tiempo, tan sólo, de verle la punta negra de la cola antes de que la paletada de tierra le cayera encima.                                                                                                                            
Algo muy grande y violento me quemaba la garganta, algo que me impedía llorar. Abracé a mamá. Ella me acarició suavemente el cabello diciéndome que ya tendría otro perrito.
-¿Manchado, mamá?- le pregunté, y luego -¿Y le puedo llamar Jalisco?
Mamá no me contestaba.
Miré para arriba, el cielo estaba con algunas nubes negras, como si fuese a llover y allá en lo alto, encima de nuestro patio, me pareció que volaban unas picualas.

Entonces sí empecé a llorar.

(Continúa la próxima semana.)

Comentarios



  1. Myriam Jara dejó el siguiente mensaje en mi bandeja de entrada:
    11:20
    1

    No pude dejar el comentario en tu blog pero lo hago por acá. Es un dolor tremendo que sólo quien ama a los animales y pierde a su mascota, puede entenderlo. Una historia muy triste pero bien narrada, conmueve, toca el corazón. Muchas gracias por compartirla, espero la continuación.

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  2. Triste, realista, desde el cerno sensible de la niñez (el más honesto quizás)
    un abrazo para vos Ernesto

    ResponderEliminar

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